AELECOMUNICACION

Comunicación y notas.

martes, noviembre 20, 2007

La mesa 9

La mesa 9 estaba reservada desde hacía veinte días.
Puntualmente fueron llegando los invitados, hasta completarla.
Ninguna regla escrita lo había establecido, pero la cabecera vacía tenía su plato y sus cubiertos dispuestos sin ocupante.
El clásico bodegón de barrio estaba repleto, incluso las personas eran conocidas o de algún modo sonaban familiares a todos.
Como siempre desde hacía varios años, los propietarios del lugar habían ofrecido un menú fijo muy atractivo, a buen precio y con bebida libre. Y cada vez era más difundido el prestigio de la cocina, con importantes porciones y generosos sabores, tanto que las reservas se agotaban pronto, pocos días después de que colgaran el cartel a la entrada.
Los De la Cruz ya eran clientes habitués del lugar, siempre con alguna buena ocasión para celebrar: la comunión de la niña menor, el cumpleaños del tío, la graduación del sobrino, o simplemente un domingo de familia.
Cada vez que se reunían, los propietarios se deshacían en honores y, serviciales, los ubicaban en el mejor sector cerca del patio cervecero y del fresco que desde allí entraba.
Como eran buenos clientes, los hombre solían llevarse algún tinto de regalo, o el postre iba por cuenta de la casa.
Esa noche era especial.
La Nochebuena los reunía nuevamente y muy predispuestos a divertirse. Aunque faltaba uno de ellos, que estaba de viaje, la familia no sintió la ausencia y comenzó la cena.
Comieron como nunca de todas las exquisiteces que se les ofrecían. El vino era delicioso, por lo que también bebían mucho y pronto empezó a notarse que el clima se volvía muy distendido y jocoso. Mientras los niños empezaban a impacientarse por los regalos, se entretenían tirando bolitas de miga de pan. Primero entre ellos y luego contra otras mesas. Los adultos, en cambio, comenzaban a recordar sucesos que los descostillaban de la risa, cada vez más sonora y descontrolada. Las copas, siempre llenas, alimentaban ese espíritu navideño que poco a poco se iba perdiendo entre los desaliños que ya se notaban. El bullicio del salón era importante, la Cena de Navidad había convocado a mucha gente que ya no guardaba reverencias ni formalidades en un lugar tan cómodo y amigable.
En las demás mesas pasaba algo similar, los niños se descontrolaban ya corriendo por el parque del fondo, los adultos hablaban y reían cada vez más fuerte, y los ancianos se dedicaban a masticar todo lo que podían, olvidando las dietas y prohibiciones médicas que los mantenían a salvo aún.
En un momento, faltaba como media hora para el brindis, la borrachera era tan evidente, que muchos de ellos se recostaban sobre sus antebrazos para intentar reponerse, mientras otros comenzaban a recordar otras épocas y a entonar villancicos obsenos.
De mesa en mesa hacían concurso de cantos, de eructos, de risotadas, de brindis y de homenajes.
Así llegaron las doce, los niños desesperados abriendo paquetes propios y ajenos, los adultos sosteniéndose entre sí y chocando copas de distintos colores, abrazándose con todo el que quisiera y deseándose quién sabe cuántas cosas.
En medio de todo eso, el que faltaba llegó del viaje de improvisto para todos y sin avisar.
Al verlo, la octogenaria que estaba en la mesa nueve se levantó y, entre lágrimas, comenzó a caminar hacia él con los brazos tendidos y la sonrisa gioconda.
Jesús De la Cruz se abrió paso entre ellos, la abrazó fuerte y se sumó a la fiesta.

1 Comments:

  • At 10:15 a. m., Blogger Marta Duhalde said…

    me gustó mucho este cuento y como está relatado de manera sencilla y veráz la reunión navideña...

    Seguí adelante, no abandones nunca el camino.

    Marta

     

Publicar un comentario

<< Home